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octubre 09, 2011

El poder oculto de la Coca-Cola


¿Por qué nadie conoce la fórmula de la Coca-Cola? ¿Por qué, cuando hoy en día se conocen todos
los ingredientes de cualquier producto y todo está analizado por las direcciones sanitarias, la
Coca-Cola nos oculta su composición? ¿Por qué dicha fórmula está guardada en la caja fuerte del
banco más seguro de Estados Unidos? La respuesta a todos estos interrogantes es que la fórmula de
dicha bebida contiene sustancias corrosivas muy perjudiciales para el organismo humano. ¿Cómo si
no se explica que un trozo de carne metido en un vaso lleno de Coca-Cola se deshaga a su contacto en
menos de tres horas? Eso por no hablar de los poderes desatascadores de dicho líquido. Otras de sus
importantes cualidades es que, combinada con el antiguo optalidón (o aspirina), puede provocarte
euforia y alucinaciones.
LOLA ORTÍ
Valencia
En 1886, una empresa de Atlanta (Georgia) patentó un medicamento que contenía extracto de
coca. El producto, anunciado a bombo y platillo, recibió el nombre de Coca-Cola. Sus fabricantes
aseguraban que tenía la propiedad de «curar el dolor de cabeza y aliviar la fatiga». Hacia 1903,
cuando el tónico ya llevaba diecisiete años levantando ánimos, una legión de médicos empezó a
proclamar que la cocaína suponía un riesgo para la salud de los norteamericanos. Muy pronto se
sumaron al debate los políticos racistas del sur, dispuestos a impedir por todos los medios que la
cocaína estuviera al alcance de los negros. En vista de semejante presión, la compañía Coca-Cola no
tuvo más remedio que eliminar el fármaco de la receta. A partir de entonces la bebida se aromatizó
con extracto de coca desprovisto del alcaloide estimulante y se le añadió cafeína para darle un toque
vigorizador. En 1914, tras muchos años de figurar en los botiquines de los estadounidenses, la cocaína
ingresaba en el mundo tentador y superpoblado de las sustancias prohibidas.

Paradójicamente, al ser despojada de su verdadera chispa y domesticada para siempre, la
Coca-Cola fue adoptando una serie de características fabulosas nacidas de la fantasía popular. Diríase
que la imaginación colectiva se negaba a olvidar el mítico ingrediente que contenía la bebida in illo
tempore y, a falta de pociones mágicas, se permitía soñar con la única que tuvo el honor de serlo
durante algún tiempo.


Una de las creencias más tempranas relacionadas con los poderes ocultos del refresco, parece
inspirarse claramente en su fórmula original. Como saben todos los adolescentes bien informados, se
rumorea que la mezcla de aspirina y Coca-Cola produce efectos alucinógenos o simplemente
mareantes.
Esta creencia ya circulaba allá por los años treinta entre los jóvenes norteamericanos, como lo
atestigua un artículo «preventivo» que escribió cierto médico de Illinois en el Journal of the American
Medical Association. Según el galeno, la combinación de ambas sustancias generaba un brebaje
«tóxico» con propiedades adictivas que podían ser tan perniciosas como «la habituación a los
narcóticos».
Muchos de nuestros lectores podrían aportar sus propias experiencias, sin duda menos
devastadoras, al respecto. Por otro lado, las supuestas virtudes psicodélicas de la Coca-Cola se
inscriben en una larga tradición donde figuran las más variadas drogas folklóricas. Lola Ortí, de
Valencia, menciona los «hilos» que se separan de los plátanos al comerlos. «De hecho -añade nuestra
informadora levantina, concluyendo así su cursillo de toxicología doméstica-, se pueden fumar tras
secarlos al sol, al igual que otros productos como el poleo, la tila o la manzanilla. También se pueden
utilizar hojas de amapola.»
Para zanjar la polémica de una vez por todas, nada mejor que reproducir las conclusiones de
alguien tan autorizado como Richard Feynman, premio Nobel de Física en 1965, quien experimentó
en su persona el célebre combinado:
Yo tenía con frecuencia que demostrar (a los compañeros de la fraternidad universitaria) cosas que
no estaban dispuestos a creer -se queja el eminente científico-. Por ejemplo (...), decían que la orina
salía del cuerpo por gravedad, y para hacerles ver que no era así tuve que mear cabeza abajo, haciendo
el pino. O la vez en que otro soltó que al tomar aspirina y Coca-Cola uno se desmayaba
inmediatamente. (...) Así que tuve que tomarme seis aspirinas y tres «cocas», una detrás de otra. (...)
En cada ocasión, los necios que se tragaron el cuento me rodeaban, atentos a sujetarme en cuanto me
desmayase. Pero nada ocurrió. Recuerdo, en cambio, que aquella noche no pude dormir muy bien (...).
La obra de donde procede la cita se titula justamente ¿Está usted de broma, Sr Feynman?
Es también creencia que la Coca-Cola tiene un gran poder corrosivo y disolvente. Cualquier objeto
metálico sumergido en ella se cubre de óxido en una noche (tal vez por un efecto imaginario de
electrólisis, sugerido por las burbujas que envuelven dicho objeto, aunque en este caso el agua de
Vichy también serviría). Contradicciones aparte, hay quien la considera como un eficaz antioxidante.
Un testimonio italiano recogido por Danilo Arona afirma que es el producto utilizado en las
cadenas de montaje de la casa Fiat para dejar más limpios que una patena los bancos de trabajo.
Asimismo, se ha dicho repetidamente que es capaz de disolver pedazos de carne, huesecillos,
dientes..., y hasta cálculos renales, con tal de que se ingiera en dosis convenientes.
Como sugiere Frederick Allen en su libro Secret Formula, ambos rumores podrían haberse gestado
a partir de un ejemplo que se inventó en 1950 un profesor de la Universidad de Cornell, Clive M.
McCay, para ilustrar su teoría de que el azúcar y el ácido fosfórico, dos ingredientes del refresco,
producían caries. Según McCay, bastaba introducir un diente en un vaso de Coca-Cola para que se
fuera reblandeciendo y empezara a disolverse al cabo de un par de días. El director del departamento
químico de la empresa, Orville May, se apresuró a desmentirlo ante el cuerpo de directivos en pleno,
asegurando que cualquier bebida que contuviera ambas sustancias, como el zumo de naranja, también
terminaría por disolver los dientes, sólo que para ello habría que retenerla en la boca durante días y
días... A pesar de todo, el rumor ya había entrado en el torrente de la tradición y navegaba por todos
los ríos del folklore universal.
La creencia en las propiedades corrosivas del refresco se fue refinando hasta generar una variante
que rebate sin piedad aquello de «la chispa de la vida». Sostiene este nuevo rumor que la Coca-Cola
es un espermicida infalible e instantáneo (conviene aclarar que debe aplicarse a modo de baño
vaginal).
Nos adentramos aquí en un terreno incierto, puesto que a lo largo de la historia se ha creído en la
calidad espermicida de sustancias tan naturales como la miel y el aceite, con lo que parecería bastante
comprensible que los pobres espermatozoides sucumbieran sin remedio a una viscosa marea negra de
Coca-Cola.
La exageración paranoica de este rumor nos remite al mundo de las teorías conspiratorias, de las
que nos ocupamos en otro lugar de nuestro estudio. Sostiene Luis Noriega que un amigo suyo del
equipo ciclista Postdam le aseguró que su patrocinador (la compañía Pepsi-Cola), incitaba a los
corredores a propagar el infundio de que la Coca-Cola era una especie de arma química con la que se
pretendía esterilizar al Tercer Mundo.
Sea como sea, si nos atenemos a las investigaciones de algunos estudiosos de la psicología social,
como Gary Alan Fine y Jean-Noël Kapferer, esta clase de rumores dañinos casi nunca se fabrican en
despachos empresariales con el fin de perjudicar a la competencia. Normalmente suelen ir
fermentando en las capas populares de la sociedad y reflejan la inquietud de los consumidores por las
tendencias ultraderechistas -ficticias o reales- de ciertos empresarios.
En I Heard it Through the Grapevine, su clásico análisis de los rumores que definen las obsesiones
de la cultura «afroamericana», la profesora Patricia Turner recoge una lista de productos
«contaminantes» en la que no aparece la Coca-Cola, pero si la cerveza Coors y el refresco Tropical
Fantasy, junto con los cigarrillos Kool y Marlboro. Todos estos productos, sostiene el rumor, serían
propiedad del Ku Klux Klan, que los emplearía con el mismo propósito: esterilizar a los negros.
Como diría un marxista de toda la vida, la Coca-Cola representa la bebida «imperialista» por
antonomasia. Junto con las hamburguesas, es el primer producto que traspasa cualquier frontera
inexpugnable apenas se insinúa la más leve apertura. Esta capacidad «colonizadora» despierta odios y
adhesiones a partes iguales. Las víctimas de los rigores comunistas engullen con ella los primeros
sorbos del anhelado capitalismo, mientras que los más reacios a toda clase de transiciones la ven
como el paso previo al consumismo embrutecedor.
De ahí a imaginar que la Coca-Cola es capaz de hundir los denodados esfuerzos de todo un pueblo,
esterilizando metafóricamente a sus habitantes, apenas hay un paso.
JOSEP SAMPERE

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